martes, 28 de septiembre de 2010

Nunca jueges con dimetilmercurio

El 14 de agosto de 1996, la reputadísima química y profesora norteamericana, Karen Wetterhahn se encontraba investigando en su laboratorio sobre los efectos de los iones de mercurio al interactuar con las proteínas reparadoras de ADN. Para ello había encargado una muestra de dimetilmercurio, una de las neurotoxinas más peligrosas que se hayan sintetizado nunca. Tomó todas las precauciones que dictaba el protocolo. Pero una gota, menor que un grano de arroz, cayó accidentalmente sobre un guante. Murió intoxicada a los pocos meses. ¿Qué falló?
El dimetilmecurio es tan peligroso que no sirve para nada (bueno). Su toxicidad restringe sus aplicaciones científicas y ninguna compensa el peligro que supone su manipulación y traslado. Apenas se ha utilizado para el calibrado de algún instrumento de detección de mercurio, como patrón de referencia para análisis clínicos y para conocer el efecto de la misma sustancia sobre el cuerpo humano. Karen Wetterhahn completó con su vida el mejor de los análisis empíricos.


Para su manipulación y debido a su altísima volatilidad, se utilizan cabinas de humos selladas y con ventilación filtrada para alejar sus ponzoñosos vapores. Basta la inhalación o absorción de tan sólo 0,001 mililitros para acabar criando malvas. Karen incluso enfrió con hielo la pipeta que contenía la muestra para reducir su presión de vapor. Se enfundó unos guantes de látex desechables, la bata y unas gafas de protección antes de abrir la pipeta sellada con cristal dentro de la cabina.


Al seccionar el tubo de la muestra, una microgota acabó en el dorso de la mano de la investigadora, como ella misma relataría a sus colegas unas semanas más tarde. No le dio mayor importancia, al disponer de unos guantes de látex de calidad. El látex no tiene poros (por mucho que algún incrédulo lo niegue) y no deja pasar ni los iones de una electrolisis; partículas infinitamente más pequeñas que el virus del SIDA. Era, por lo tanto, una protección en la que fiarse, a priori, ante posibles accidentes.


Pero el dimetilmercurio es extremadamente caprichoso. Debido a la estructura lineal de sus enlaces y a su extrema volatilidad, las moléculas alargadas actúan como agujas que perforan -microscópicamente- el látex, el PVC e incluso el neopreno. Es un metal pesado. En tan sólo 15 segundos la gota que mató a Karen estaba navegando por su torrente sanguíneo rumbo a su cerebro. Ella no lo sabía.


Los primeros síntomas de intoxicación por dimetilmercurio no aparecen inmediatamente, pero cuando llegan se agravan con extrema celeridad. Cuatro meses después del accidente, Karen empezó a sentir hormigueos en los dedos de los pies que le impedían conducir, para más tarde ir perdiendo la visión y el habla progresivamente. Unos análisis confirmaron sus excesivos niveles de mercurio en sangre, 80 veces por encima del umbral tóxico.


A las tres semanas de los primeros síntomas entró en coma. Murió el 8 Junio de 1997, no sin antes hacer jurar a sus colaboradores que estudiarían y alertarían a la comunidad científica del peligro del dimetilmercurio. Hoy se utilizan guantes laminados de alta resistencia para manejar la más potente de las neurotoxinas.

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